domingo, 13 de junio de 2021

Curso del 20/21, o cómo sobrevivir a las aulas

El verano ya llegó. Y con él, se cierra un negro capítulo en mi vida. Está bien, dicho así tal vez suene demasiado negativo. Aunque no se deben entender las cosas como polos absolutos. ¿Qué ha pasado entonces? ¿Hace falta una reflexión? Creo que de hecho, sí.

Poniéndonos en situación, estoy estudiando Administración de Sistemas Informáticos (FP). No hace mucho, se me antojó buena idea estudiar informática. Afortunadamente, de hecho: sigue siéndolo. Disfruto aprendiendo esta profesión, y siento que definitivamente estoy en mi lugar. Lo peculiar es que, hasta entonces, ya hacía mucho que yo estudiaba algo reglado, y relacionado con esto, nunca.

¿Y eso? Yo cometí una serie de catastróficos errores en la vida, demasiado recientes. Malas decisiones irreversibles, que tantos años de vida me han robado. Y además de esos errores, tardaba demasiado en recuperarme, y nunca lo hacía del todo. Pero admitirlo no me servía de redención. En mi situación, estaba bien jodido. No ya porque no tiene arreglo (no se puede dar marcha atrás); no ya por no saber a dónde dirigirme (hasta que pensé en informática); sino que, sobre todo y más importante, no encontraba un por qué. Nunca nadie me ha sabido dar respuestas, ni las había encontrado por mi cuenta. Vivía cada día con miedo y un complejo de inferioridad terrible. Se me hacía difícil hacer vida social. Cada año huyendo, escapando, hacia algún oasis temporal que pronto acababa enquistado.

Pero en un acto de fe, llegué a confiar en que encontraría mi lugar. Aún pasado el umbral de los treinta. Así que lo hice. Di ese paso. Volver a clase. Esta vez aprendiendo aquello que siento que me define. Mejor tarde que nunca. Y tío. Se está haciendo duro. Nunca nada sale como se espera. De entrada, lo que iban a ser dos años, pasaron a tres (no había plaza en oferta completa, así que entré en parcial, de tarde). A mediados de primer año, estalló la pandemia del coronavirus, que cambió las vidas de todos nosotros. Pero mientras que primero fue bastante asequible (las clases online nos ayudaron mucho en nuestro caso), segundo ha sido un verdadero infierno. Uno de los años más tristes que recuerdo. Aquí es donde me voy a centrar.

Un lugar que me resulta familiar...

En segundo curso es donde he tomado verdadera conciencia de lo que soy, y que me hace tan diferente del resto. Sin malinterpretar, yo puedo igual que cualquier otro, tengo habilidades, puedo programar, aprender y sintetizar conocimientos. No en balde mis notas no han sido precisamente malas. Pero lo que sí tengo es una menor tolerancia a la fatiga formativa, a soportar a profesores nefastos, y menos paciencia. No nos engañemos. Estudiar, como forma de vida, siempre ha sido difícil. En media mañana vas a clase, en la otra media estudias o trabajas los contenidos. Durante unos años estás así, y ni siquiera te pagan. Y por eso se hace cuando uno es joven. Cuando uno puede permitírselo. Y resistir las inclemencias de un sistema educativo obsoleto: profesores descontrolados, exámenes exigentes, constancia, muchas horas en la pantalla, etc. Si te sientes solo, tienes amigos que te acompañan en esta gran aventura: compañeros de tu edad, afines a tus gustos, sensibilidades, aficiones... O buscar apoyo en otras personas. Exactamente, esto último no ha estado a mi alcance. Al menos no como algo más que un mero compañerismo.

Extracto de mi cómic Nostos, Algos

No vengo a decir que estudiar de adulto sea malo. De hecho, uno nunca deja de aprender, y a veces hay que reciclarse, promocionar en el empleo, adaptarse, etc. Pero en mi caso, es una fase que nunca se había cerrado satisfactoriamente, cual herida abierta, y que tampoco dio paso a la siguiente. Y en este limbo desesperante me había quedado atascado. Pero volviendo a las circunstancias: como el ritmo requería el turno completo de los días, yo llegaba a casa, y luego tenía que seguir metido en las tareas. Pero veía que todos mis amigos llegaban de trabajar y podían jugar libremente videojuegos o desconectar por completo. Obvio, ésa es la clase de vida que deberíamos tener todos. Pero, ¿cómo aguantar con eso, mordiendo la mandíbula, sin notar un cambio irreversible? Al menos, ¿cómo no dejar que tus pensamientos desvaríen en un sentido en que te sientas mala persona? ¿O alguien envidioso, que los demás rechazarían?

Antes había mencionado que nunca encontré los por qués de mis errores. Y si atisbaba algo, tenía el color de la culpa. Qué gran contradicción machacar a aquel que necesita más ayuda que nunca. Y qué fácil y cómoda salida. Pero la sociedad no está lista para singularidades como yo. Se lavan las manos, y yo no les culpo, pues seguramente yo haría lo mismo en su lugar. A un curso ya de por sí duro, se le sumaba mi gran insatisfacción vital, el bagaje de mi pasado insustancial y sin sentido, una pandemia que impedía ver a nadie, una vida social completamente ausente, una soledad desoladora... Y no sin algunos episodios de ansiedad, síntomas de algo más que pataletas por suspensos.

Fuente: The Awkward Yeti
theawkwardyeti.com

Decía J.R.R. Tolkien: "Las hazañas no son menos valerosas porque nadie las alabe". Nunca nadie ha entendido mi proeza en solitario. ¿Acercarse? Desde luego. Tengo algunos amigos que me salvan de la locura. Ni tampoco lo que supone empezar a estudiar algo nuevo, técnico y difícil, con una edad, y con todos mis antecedentes. Y creo que nunca nadie lo entendería jamás, a menos que haya tenido tan mala suerte como yo. Cuando amigos, colegas y familiares aplauden, o lloran algo ajeno, es porque ven ese éxito en un tópico que entienden y valoran: conseguiste un nuevo empleo, vas a ser padre, publicarás tu libro... Nadie aparece porque sí felicitándote por "haber tenido la fortaleza y la voluntad de continuar conociendo la situación en la que te encuentras". Ahora que ha terminado, me da igual si atesoro esa experiencia sólo para mí. La vanidad no deja de parecerme un mal vicio de la sociedad moderna, en que no quiero reflejarme. Sólo quería algo de apoyo. Algo de apoyo no hubiera estado mal. Ahora lo importante es saberse cambiado a mejor. A las puertas del verano, me quedo con el sabor agridulce de sentir orgullo por haber superado esto. Y por haber tenido justo delante mía el límite, sin dejar que me destruyera. Y que sigo aquí para contarlo. Lo que no te mata, te hace más fuerte. Y diferente, también.